lunes, 20 de mayo de 2019

¿POR QUÉ DEFENDER LAS ACACIAS?

En el catálogo de especies exóticas invasoras en la flora terrestre (p. 124) de la DGA figura la acacia como especie que comporta una alta peligrosidad. A nivel estatal no está catalogada como tal. Después de observar la realidad de estos ejemplares  en nuestro entorno durante décadas (y no lo que dicen los libros), deducimos que esta cualidad no se presenta de forma general, es más, si en alguna ocasión lo han hecho es por la poda de raíz que hace que se multipliquen sus vástagos. Es cierto que en lugares más propicios este árbol de los Apalaches puede comportarse como tal. 
Pero hagamos una observación directa. Una visión aérea de la carretera al Campillo (puede ser la de Mora o tantas otras que marcaron su recorrido con esta especie que sujetaba el terreno y "humanizaba"  el trazado) nos demuestra que las acacias (en verde más claro) se han mantenido en el borde que les adjudicaron, que el encinar circundante sigue siendo eso, que los campos de cultivo no ven sus lindes invadidos por ellas.
Otro tanto identificamos en el Puerto Escandón, donde el recorrido del ferrocarril y sus taludes están afianzados con ellas. Nada demuestra su capacidad para colonizar otros espacios. Con esto queremos decir que una acacia se comporta según el entorno en el que está, que invade donde es muy favorable pero se limita donde no puede y nuestro paisaje la deja arrinconada donde los que las plantaron decidieron.       Las acacias conocieron su época de esplendor en la primera mitad del siglo XX y en algunos lugares puede decirse que fue la especie de moda del modernismo. Sus flores, parecidas a las glicinas, su profusión blanca así como su capacidad para ser modelada la copa y convertirla en una sombrilla invertida hicieron de ella un árbol ornamental de elección. Tomemos como ejemplo Amberes, ciudad próspera donde la alta burguesía habitó un barrio exclusivo, el Zurenborg, en el que los arquitectos más significativos del modernismo dejaron ejemplos de imaginación constructiva. Hoy es una ciudad ocupada por tilos y castaños de indias (especies muy adecuadas a ese nivel de humedad) pero en esta elitista calle son las acacias, cuidadas y modeladas, las que acompañan el vértigo curvilíneo del Art Nouveau. Quizás vuelvan a valorarse en Teruel las acacias en ese revival modernista por el que ha apostado la ciudad en el mes de noviembre.

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