Pocos topónimos rememoran el pasado campesino y vegetal de la ciudad. En su interior encontramos el recuerdo de alguna parra que le valió el honor de conceder su nombre a una vía antigua que no ha cambiado el nombre desde el medievo. Eso es una calle con raíces y al margen de los vaivenes políticos o coyunturales.
Ya tendríamos que salir de la ciudad histórica (excepto por la calle Clavel) para rastrear referencias botánicas. La adecuación y el intento de revitalización de la bajada a San Julián durante el franquismo tomó las flores que se cultivaban en balcones y jardineras: dalias, jazmines, rosas, azucenas... lo más exótico eran las orquídeas.
Tuvo que llegar la conciencia ecológica para que a finales del XX surgieran denominaciones de árboles: olivos, sauces, tilos... Quizás sea el momento de seguir a la palabra y que esos nombres no sean vestigios de algo que se recuerda y no se ve.
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