Hace unos años, cuando talaron drásticamente las sophoras y las acacias que daban sombra a la cuesta de acceso al cementerio, pensamos en el daño irreparable que se causó a la dura recta. Un recorrido que agradecía, y más sus caminantes, la sombra y el verdor que ofrecían. Para compensar, se plantó una retahíla de ciruelos pisardi en la acera que no necesitaba sombra. Al poco rebrotaron de sus tocones y hoy han tomado las riendas del camino las hijas de aquellas que lucen hoy mocitas.
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