Pocos pintores han reflejado tan bien los paisajes crepusculares, los amaneceres fríos, las soledades inmensas, como Friedrich. Quien más, quien menos, se encuentra en estos páramos alguna vez, perdido en un escaso bosque de invierno. Y está cerca, al lado de un cementerio cualquiera, con un camino que nos conduce a él guardado por dos colosos muertos.
Así son los restos de estos dos almendros, testigos de otros cultivos, ya no supervivientes. Disfrutemos de su silueta ahora que permanecen en pie. ¿Qué valor tienen?
Que se lo pregunten a Friedrich.